Tan bien servida por ferrocarril, carretera y caminos, Orvieto significa querer ir… y ya está.

Se puede decir que uno de los genes presentes en el ADN de la ciudad de Orvieto es el del encuentro; en la antigüedad como hoy, extensas y cómodas vías hacen de este lugar un encantador destino de fácil acceso desde cualquier lugar de origen.

Los ríos Tíber, Paglia y Chiani, que bañan el territorio Orvietano fueron navegables y formaron las primeras vías de comunicación de gran importancia y los restos del puerto fluvial de Pagliano, que se remonta a la época romana, son todavía claramente visibles a unos 5 km de la ciudad.

Actualmente, tanto al norte como al sur, a Orvieto se puede llegar en tren (estación ferroviaria a lo largo de la vía Roma-Florencia, a unos 100 km. al norte de la capital) o en la autopista (A1, peaje de Orvieto).

Desde el este se recorre a lo largo de la panorámica por la Estatal 448 que conecta a Todi y serpentea a lo largo de la particular Gola del Forillo (Garganta del Forillo), sinuosa y profundamente erosionada por el río Tíber.

Desde el oeste, la Estatal 71, cuyo recorrido llega del vecino Lago de Bolsena y de toda la provincia de Viterbo, ofrece la vista más clásica de la ciudad: después de unos pocos kilómetros el camino se desliza perezosamente en una meseta casi sin pendiente, y la carretera parece sumida en un profundo y amplio valle en medio del cual, en perfecto aislamiento, se eleva el Peñasco de Orvieto, misterioso y fascinante, lleno de torres, agujas y campanario, que al atardecer refleja los matices dorados que los mosaicos de la catedral direccionan con el sol.